Producto de la fé a Dios o quizás producto del miedo a la condena eterna, se erigió en Sevilla una catedral para la salvación eterna, pero más que un centro de predicas y oraciones, es una obra eterna en si misma. Su majestuosidad hace olvidar para que fue construida, su estilo neogótico solo evoca pensamientos de ovación a tan imponente obra.Su tamaño la hace posicionarse como una de las catedrales más grandes de Europa. La Catedral de Sevilla, demuestra la suntuosidad de un país lleno de historia y atiborrado de devoción religiosa. Un pueblo que fue envuelto en sangre y luchas políticas mientras la catedral silenciosa y presuntuosa observaba el crecimiento de la ahora globalizada Sevilla.

Pero su belleza no es solo externa, su alma esta en su centro, pues al entrar solo queda adorar a la obra ya que, su esplendor te hace olvidar si debes adorar a Dios o al hombre que la construyó. Cada ladrillo, cada tabla parecen usadas por las manos de deidades paganas con el fin de honrar a otro dios, el dios de la vanidad. Su belleza interna se impone por sobre muchas catedrales europeas y ya seas creyente o no, su brillo solo te hará recordar lo pequeño que es el ser humano frente a la obra que han erguido sus manos.
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